La leyenda de la flor del ilolay

Adaptada por Hernán Casciari

En una región del norte argentino, un cacique indio era conocido por su generosidad. A lo largo de los años había guiado a su tribu incluso en los tiempos difíciles. Pero un día el cacique empezó a perder la vista. Desesperados, sus tres hijos varones decidieron buscar la ayuda de un anciano sabio.
Al llegar, el anciano les dijo que existía una planta mágica, conocida como la Flor del Ilolay, que podía devolver la vista a aquellos de corazón generoso. Los hijos, llenos de esperanza, recordaron cómo su padre siempre había ayudado a todos.
A la mañana siguiente, los tres hermanos emprendieron la búsqueda de la Flor del Ilolay. El cacique, al despedirlos, les dijo que quien encontrara la cura se convertiría en el nuevo líder de la tribu.
El hijo del medio, motivado por la ambición, se dirigió a las tierras de los comerciantes, decidido a pagar cualquier precio por la planta mágica.
El hijo mayor, ansioso por superar a su hermano, se fue a las aldeas cercanas, dispuesto a ofrecer grandes riquezas por cualquier pista que lo llevara a la flor.

Mientras que el hijo menor, guiado por la perseverancia y el amor hacia su padre, decidió explorar el bosque sagrado de su tribu. Para su sorpresa, después de buscar con dedicación, encontró la mágica Flor del Ilolay entre los árboles ancestrales.
Al mismo tiempo, el hijo del medio adquirió una planta falsa en el mercado, creyendo haber logrado su objetivo. El hijo mayor, al enterarse del hallazgo del otro, se apresuró para alcanzarlo.
Al llegar ambos, vieron que el hijo menor ya había colocado la Flor del Ilolay frente a su padre, quien, para asombro de todos, recuperó la vista de inmediato.
El cacique abrazó a su perseverante hijo menor, reconociendo su esfuerzo. Los hermanos mayores, llenos de celos, se sintieron abrumados, pero el cacique les recordó que la mágica Flor del Ilolay aún tenía más poder.

El líder se acercó a sus dos hijos mayores y les mostró la planta, señalando que, aunque no estaban ciegos de los ojos, sí lo estaban del corazón. En ese momento, la mágica Flor del Ilolay iluminó sus almas, y al verse reflejados en su propia avaricia, se llenaron de arrepentimiento.
Desde ese día, los tres hermanos aprendieron a ser generosos y a trabajar juntos, honrando el legado de su padre y su conexión con la tierra.
El hijo menor, al ser interrogado sobre cómo había encontrado la flor, reveló que los milagros nunca estaban lejos, sino en la tierra que siempre les había pertenecido.

Desde hace más de 95 años, en Ilolay nos inspiramos en esta leyenda. Por eso transformamos la naturaleza en productos lácteos ricos y nutritivos para alimentar los sueños de las familias argentinas.